jueves, 31 de julio de 2008

1793



I

Todo individuo
que usurpe la soberanía
habría de recibir muerte inmediata
a manos de los hombre libres.

(Art. 27, Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano del 23 de junio de 1793)

II

Los que hacen las revoluciones en el mundo,
los que quieren hacer el bien,
sólo deben dormir en la tumba.


Saint-Just, 10 de octubre de 1793.


III

Lucho
luego
existo.


Grafiti

sábado, 26 de julio de 2008

Odĭum, Haine, Odio.

Un odio personal y compartido, intransferible y contagioso, grave y feliz, sereno y armado, marca el pulso en la tormenta.

Escribía Emilio Zola en 1866:


"El odio es santo. En la indignación de los corazones fuertes y paternos, el desdén militante de aquellos a quienes la medianía y la necedad enojan. Odiar es amar, es tener el alma ardiente y generosa, es vivir holgadamente despreciando las cosas estúpidas y vergonzosas. El odio consuela, el odio hace justicia, el odio engrandece. Me he sentido más joven y más animoso cada vez que me he rebelado contra la platitud de mi tiempo. He hecho del odio y de la arrogancia mis compañeros; me he compla­cido en aislarme, y en mi aislamiento me ha satisfecho odiar lo que lesionaba lo justo y lo verdadero. Si hoy valgo algo es porque estoy solo y porque odio."

Así comenzaba un genial ensayo que llamó "Mis Odios". El final está muy lejos del canto a la soledad que podría mal interpretarse al inicio:

"Odio a los fámulos que nos dirigen, a los pedantes y a los hombres fastidiosos que rehúsan la vida. Estoy por las libres manifesta­ciones del genio humano. Creo en una serie no interrumpida de exposiciones humanas, en una interminable galería de cuadros, y lamento no poder vivir siempre para asistir a la eterna comedia que consta de mil actos diversos. Soy un simple curioso. Los necios que no se atreven a mirar hacia adelante, miran atrás. Quieren constituir el presente con las reglas del pasado, y quieren que el porvenir, tome por modelo las obras y los hombres de los tiempos que fueron. Amanecerán los días, y cada uno de ellos traerá una nueva idea, un arte nuevo, una nueva literatura. Las obras serán tantas y tan variadas como las socie­dades, y ellas se transformarán eternamente. Pero los impotentes no quieren ensanchar el marco; han formado la lista de las obras ya producidas, y han obtenido así una verdad relativa de la que hacen una verdad absolu­ta. No creéis, imitad. Y he ahí porqué odio a las gentes neciamente graves, y a las necia­mente alegres, y a los artistas y a los críticos que quieren hacer estúpidamente la verdad de hoy con la verdad de ayer. No compren­den que avanzamos y que los paisajes cam­bian. Les odio."

El odio y la toma de partido

El odio personal, ético, "santo", de Zola, no cabe en las fórmulas ideológicas dominantes, como tampoco lo hace el odio de Ingenieros en "El hombre mediocre". Cinco décadas después (1917), Antonio Gramsci se refería a los indiferentes e imponía al odio colectivo el clivaje de clase y el partidismo.

"Odio a los indiferentes. Creo que vivir quiere decir tomar partido. Quien verdaderamente vive, no puede dejar de ser ciudadano y partisano. La indiferencia y la abulia son parasitismo, son cobardía, no vida. Por eso odio a los indiferentes.

La indiferencia es el peso muerto de la historia. La indiferencia opera potentemente en la historia. Opera pasivamente, pero opera. Es la fatalidad; aquello con que no se puede contar. Tuerce programas, y arruina los planes mejor concebidos. Es la materia bruta desbaratadora de la inteligencia. Lo que sucede, el mal que se abate sobre todos, acontece porque la masa de los hombres abdica de su voluntad, permite la promulgación de leyes, que sólo la revuelta podrá derogar; consiente el acceso al poder de hombres, que sólo un amotinamiento conseguirá luego derrocar. La masa ignora por despreocupación; y entonces parece cosa de la fatalidad que todo y a todos atropella: al que consiente, lo mismo que al que disiente, al que sabía, lo mismo que al que no sabía, al activo, lo mismo que al indiferente. Algunos lloriquean piadosamente, otros blasfeman obscenamente, pero nadie o muy pocos se preguntan: ¿si hubiera tratado de hacer valer mi voluntad, habría pasado lo que ha pasado?

Odio a los indiferentes también por esto: porque me fastidia su lloriqueo de eternos inocentes. Pido cuentas a cada uno de ellos: cómo han acometido la tarea que la vida les ha puesto y les pone diariamente, qué han hecho, y especialmente, qué no han hecho. Y me siento en el derecho de ser inexorable y en la obligación de no derrochar mi piedad, de no compartir con ellos mis lágrimas.

Soy partidista, estoy vivo, siento ya en la conciencia de los de mi parte el pulso de la actividad de la ciudad futura que los de mi parte están construyendo. Y en ella, la cadena social no gravita sobre unos pocos; nada de cuanto en ella sucede es por acaso, ni producto de la fatalidad, sino obra inteligente de los ciudadanos. Nadie en ella está mirando desde la ventana el sacrificio y la sangría de los pocos. Vivo, soy partidista. Por eso odio a quien no toma partido, odio a los indiferentes."

El odio y las armas

Un siglo después del texto de Zola, Guevara coloca el concepto en el cruce de caminos,
cuando está en juego la propia vida y el destino colectivo (1967):

"Por eso es tan importante el esclarecimiento de las posibilidades efectivas que tiene la América dependiente de liberarse en formas pacíficas. Para nosotros está clara la solución de este interrogante; podrá ser o no el momento actual el indicado para iniciar la lucha, pero no podemos hacernos ninguna ilusión, ni tenemos derecho a ello de lograr la libertad sin combatir. Y los combates no serán meras luchas callejeras de piedras contra gases lacrimógenos, ni de huelgas generales pacíficas; ni será la lucha de un pueblo enfurecido que destruya en dos o tres días el andamiaje represivo de las oligarquías gobernantes; será una lucha larga, cruenta, donde su frente estará en los refugios guerrilleros, en las ciudades, en las casas de los combatientes -donde la represión irá buscando víctimas fáciles entre sus familiares- en la población campesina masacrada, en las aldeas o ciudades destruidas por el bombardeo enemigo. Nos empujan a esa lucha; no hay más remedio que prepararla y decidirse a emprenderla. Los comienzos no serán fáciles; serán sumamente difíciles. Toda la capacidad de represión, toda la capacidad de brutalidad y demagogia de las oligarquías se pondrá al servicio de su causa. Nuestra misión, en la primera hora, es sobrevivir, después actuará el ejemplo perenne de la guerrilla realizando la propaganda armada en la acepción vietnamita de la frase, vale decir, la propaganda de los tiros, de los combates que se ganan o se pierden, pero se dan, contra los enemigos. La gran enseñanza de la invencibilidad de la guerrilla prendiendo en las masas de los desposeídos. La galvanización del espíritu nacional, la preparación para tareas más duras, para resistir represiones más violentas. El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así; un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal. Hay que llevar la guerra hasta donde el enemigo la lleve: a su casa, a sus lugares de diversión; hacerla total. Hay que impedirle tener un minuto de tranquilidad, un minuto de sosiego fuera de sus cuarteles, y aun dentro de los mismos: atacarlo dondequiera que se encuentre; hacerlo sentir una fiera acosada por cada lugar que transite. Entonces su moral irá decayendo. Se hará más bestial todavía, pero se notarán los signos del decaimiento que asoma."

Nota: Las fotos que acompañan la entrada son de la película La Haine.

jueves, 17 de julio de 2008

Roque Dalton, militante contra The Real Matrix


En
"El arte de morir" el poeta Roque Dalton no eligió objetivos al azar. Sus blancos eran factores de poder claves de la política latinoamericana: primero, servidores públicos vernáculos, jugadores subalternos; segundo, el virrey imperial al que el poeta dedica una especial cortesía; tercero, el burócrata del vaticano, a quien arranca su confesión de blasfemo; y cuarto, el poder militar, más preocupado en el control ciudadano que en la defensa de fronteras, carne picada con plomo. Hoy, sus blancos móviles habrían cambiado aunque no serían muy distintos... Los tecnócratas y los funcionarios públicos de la elite transnacional, los agentes del capital global y el régimen y la cultura neoliberales constituirían nuevos objetivos.

Cumplida la ceremonia del primer grito, con el recuerdo de los queridos empezando por la esperanza en el pueblo límpido (que hoy incluiría inmigrantes, desplazados y refugiados como una nueva clase global de desfavorecidos) y apretando el arma, Dalton completaría su propio sacrificio.
Pasado y futuro se concentrarían en la potencia presente. Cosa imposible sin las condiciones de Benjamin: LA CONCIENCIA HISTÓRICA.

El desprendimiento de su condición de poeta lo hace verdadero hombre libre. Y eso de decidir hacer lo debido consagra la unidad entre la racionalidad y la dignidad en acto necesario. El poeta pudo ser mecánico, técnico en computación, enfermero, padre de familia, viudo, homosexual, prostituta, estudiante, desocupado, marginal... El hecho es que la iluminación implica un esfuerzo intelectual. Por ese esfuerzo el poeta devino en
cualquiera capaz de abandonar los procesos de serialización, decidir entre la Libertad o la Muerte y determinar resistir lo intolerable para cualquiera: la explotación y la dominación.

La conciencia histórica tiene una base estructural.
Sólo cualquiera, el común, asume las tareas del militante.

Barrington Moore describía los pasos sucesivos y los agentes con una lógica casi matemática:


"Una vez que una masa crítica de gente potencialmente descontenta em­pieza a existir a través del funcionamiento de fuerzas institucionales en gran escala, el escenario está listo para que aparezcan los "agitadores de fuera". Es importante reconocer la significación crucial que cumplen éstos, porque los críticos sociales parecen inclinados a minimizarla por miedo a llevar agua a los molinos de los conservadores y de la reacción. Desde los tiempos de los apóstoles, y quizá antes, ningún movimiento social ha podido existir sin su ejército de predicadores y militantes, que esparcen las buenas nuevas sobre la necesidad de escapar de los dolores y males de este mundo. Se trata siempre de una minoría activista que promueve y promulga nuevos patrones de condena. Son ellos una de las causas indispensables, aunque insuficientes, de las principales transformaciones sociales, tanto de las graduales y pacíficas como de las violentas o revolucionarias. Por lo general son gente joven, a la que no estorban ataduras ni obligaciones sociales. Este es un indicador más de la importancia del espacio social y cultural que pronto analizaremos. Con frecuencia son gente de fuera de la localidad a la que sirven, cuya tarea consiste en encontrar y articular las demandas latentes para cuestionar la mitología dominante y así entrar en competencia con las fuerzas dominan­tes que les rodean. Los agitadores de fuera hacen el duro trabajo de minar el viejo sentido de inevitabilidad, y son también agentes viajeros que traen la nueva inevitabilidad. En los asuntos humanos, requiere mucho esfuerzo producir lo inevitable, viejo o nuevo, y nadie está del todo seguro de cómo va a ser lo nuevo hasta que ya sucedió, y para entonces por lo general ya es muy tarde."


Notas: Saskia Sassen ha discutido en "Una sociología de la globalización" la nueva conformación de clases. El párrafo citado de Barrington Moore es de "La injusticia: bases sociales de la obediencia y la rebelión".

lunes, 14 de julio de 2008

Libertad o Muerte en la máquina

"¿Qué pasaría si la guerra pudiera terminar mañana? ¿No merecería la pena pelear por ello? ¿No merecería la pena morir?"
Morpheus en la película "The Matrix"

El arte de morir
Roque Dalton


EL OTRO: -Lo que usted quiere saber
es, en cierto, modo, el arte de morir.
EL HOMBRE: -Al parecer es el único
arte que hemos de aprender hoy.

Friedrich Dürrenmatt


Tómese una ametralladora de cualquier tipo
luego de ocho o más años de creer en la justicia


Mátese durante las ceremonias conmemorativas

del primer grito

a los catorce jugadores borrachos que sin saber las reglas
han hecho del país un despreciable tablero de ajedrez
mátese al Embajador Americano
dejándole a posteriori un jazmín en uno de los agujeros
de la frente
hiérase primero en las piernas al señor arzobispo
y hágasele blasfemar antes de rematarlo

dispérsense los poros de la piel de doce coroneles
barrigudos

grítese un viva el pueblo límpido cuando los guardias
tomen puntería

recuérdense los ojos de los niños

el nombre de la única que existe
respírese hondamente y sobre todo procúrese
que no se caiga el arma de las manos
cuando se venga el suelo velozmente hacia el rostro.

El significado del fotograma que reproducimos arriba es obvio para quien haya visto la película. ¿Qué significa desvelar la alienación y asumir la conciencia de la explotación?

Semejante iluminación conduce a un dilema moral y tal vez, a la desesperación frente a una simulación existencial que esconde no sólo "el desierto de lo real". Resurge la vieja pregunta: ¿Qué hacer frente a la explotación enmascarada? De ahí la posibilidad de una alternativa heroica, el sacrificio. Las incongruencias del guión de Matrix I pueden hacerse a un lado en función de su representación de un universo apocalíptico tan perverso como las relaciones sociales reales de los mistificadores mistificados.

Marx estaba lejos de considerarse un doctrinario. Suponía que no hacía otra cosa que mostrar por qué motivos se puede y se debe realmente luchar. Y advertía al mundo: "Hace falta que adquiera conciencia de sí mismo, incluso aunque no lo quiera".

Y aún así falta algo más.


En Matrix I, el protagonista está obligado a elegir una y otra vez cuestiones vitales. Porque la guerra sería un medio que sólo podría culminar con el fin de la explotación.

En realidad, semejantes cambios, revoluciones, tratan de una pluralidad de decisiones que corresponden a una multitud de cualquieras y no sólo a un elegido.

Sólo así tienen sentido los versos de Roque Dalton. La elección entre "Libertad o Muerte" era y de hecho fue real para él.

Medio siglo antes Walter Benjamin anotaba:

"El sujeto del conocimiento histórico es la misma clase oprimida que lucha. En Marx aparece como la última [clase] esclavizada, como la clase vengadora, que lleva a su fin la obra de la liberación en nombre de las generaciones de los derrotados."

Y aclaraba que el odio y la voluntad de sacrificio -nutridos de la imagen de los antepasados esclavizados- formaban parte de esa conciencia histórica.

Nota: La cita de Benjamin correponde a "Sobre el concepto de historia", en "La dialéctica en suspenso. Fragmentos sobre la historia"

viernes, 4 de julio de 2008

La producción masiva de cuentos.


Decía León Felipe:

Yo no se muchas cosas, es verdad.
Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto:
Que la cuna del hombre la mecen con cuentos
que los gritos de angustia del hombre los ahogan
con cuentos
que el llanto del hombre lo taponan con cuentos

que los huesos del hombre los entierran con cuentos

y que el miedo del hombre

ha inventado todos los cuentos.
Yo no se muchas cosas, es verdad,

pero me han dormido con todos los cuentos
y se todos los cuentos.


León Felipe nos ha advertido hace décadas del régimen informativo-formativo, alusivo y elusivo, intimidatorio y manipulador. Hoy el periodismo mercenario fabrica en serie a golpes de interpelaciones amañadas las fórmulas dominantes de la fantasmagórica opinión pública. Los "cuentos" dice León Felipe, escupe el veneno e inyecta el antídoto.

Sin embargo, la política analfabestia, psicópata, mafiosa, de Bush y sus decadentes sobrinos latinoamericanos está desnuda. La nueva ola liberal-imperialista de la República Predatoria muestra caras irrompibles, rostros pétreos, a prueba de caídas de vergüenza. Sucede que la pira de asesinados, la cuerda de mutilados, no alcanza el valor contable del complejo militar industrial, de las reservas de petróleo ni de las empresas de "reconstrucción" de los territorios sociales arrasados.

martes, 1 de julio de 2008

Indiferencia y compromiso: nostalgia de la decencia

Entre el joven y el mundo que lo envuelve o asedia, siempre ha existido una relación móvil, cuando no errática. No obstante, y a pesar de balanceos y es­tremecimientos varios, si se examinan con atención uno o varios fragmentos de siglo, es posible detectar cadencias aproximadamente cíclicas que van desde la prescindencia al compromiso, o también desde el arraigo a la evasión, con sendas viceversas.

Según todo parece indicar, ahora estamos reco­rriendo la etapa que incluye el descrédito del com­promiso y la rentabilidad de la indiferencia. Es indudable que hoy sería bien visto que los jóvenes se arrepintieran de haber bregado en algún momento por una justa distribución de la riqueza en cada uno de nuestros países. Borrón y cuenta nueva, sería la consigna. Y si el borrón es grande y la cuenta está henchida, mejor aún.

Después de todo, ¿qué nos deparará el Nuevo Or­den Internacional, que es el del capitalismo? Salvaje o no, ese capitalismo hegemónico ha sido definido por el filósofo Cornelius Castoriadis como «un sis­tema que está destruyendo el planeta, al ser mismo. Nos está transformando en una máquina de consumo, en individuos que invierten su vida en lo que yo llamaría una masturbación televisiva, y lo que es más grave, una masturbación sin orgasmo».

¿Qué queda para los jóvenes izquierdistas en este mundo donde todos se desviven por ser centristas? En primer término, extraerse de la derrota y no olvi­dar de dejar en el fondo de ese pozo los dogmatismos, los esquemas, las rígidas estructuras que im­piden su desarrollo y atrofian sus radares. Análisis no es obligatoriamente constricción. Después de todo, es preferible haberse equivocado en medio de la brega por la justicia que haber acertado en la lisonja del Imperio. La verdad es que siempre les queda a los jóvenes mucho, muchísimo por hacer; segura­mente con distintos métodos y argumentos, pero con la herramienta imprescindible, que es el hombre.

Cuando sentimos nostalgia del presente, del ver­dadero presente que merecen los jóvenes, sabemos que ahí no tienen cabida quienes lo falsean. Hoy se hallan frente a un presente adulterado, apócrifo; mas, por debajo del mismo pueden vislumbrar eso que en pintura se llama pentimento, o sea, el cuadro primitivo. Nuestra nostalgia se refiere pues a ese presente-pentimento, a ese presente que debió ser, y está semioculto, cubierto por los barnices capitalistas, liberales, socialdemócratas.

Lilian Hellman, la notable escritora norteamerica­na, cuando se rescató a sí misma de la pesadilla del macartismo, escribió: «El liberalismo perdió para mí su credibilidad. Creo que lo he sustituido por algo más privado, algo que suelo llamar, a falta de un término más preciso, decencía.» Quizá sea una buena interrogante para los jóvenes de hoy. ¿No será que la nostalgia del pre­sente es, también, nostalgia de la decencia?

Mario Benedetti, Memoria y esperanza. Un mensaje a los jóvenes. Buenos Aires, 2004.