miércoles, 11 de junio de 2008

Nixonicidio, fordicidio, cartericidio, reaganicidio, bushicidio, clintonicidio y otra vez bushicidio...


Pablo Neruda escribió con urgencia entre diciembre de 1972 y enero de 1973 su “Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución chilena”. Lo hizo en defensa del gobierno de Salvador Allende contra la reacción imperialista y de los traidores locales. En su “Explicación perentoria” el poeta advertía: “No tengo remedio: contra los enemigos de mi pueblo mi canción es ofensiva y dura como la piedra araucana”. Y la poesía ayudó. En febrero del 73 salió una edición popular de 60.000 ejemplares en Santiago más una tirada especial de 1.000 ejemplares numerados. A la chilena se agregó otra edición de Lima en marzo, 10.000 ejemplares. Pero tanto aliento necesario no podía detener las descargas tácticas de los Hawker Hunter sobre el Palacio de la Moneda el 11 de setiembre de 1973. El 23 de setiembre murió Neruda. En noviembre, en México se editaron otros 10.000 ejemplares. Y desde entonces los extraordinarios panfletos poéticos, sediciosos y terroristas continúan distribuyéndose.


Un juego macabro actualiza ese libro saludable y explosivo. Por ejemplo, en el poema que sigue sustituyamos el nombre de Nixon por otros más cercanos, reubiquemos los territorios amenazados y establezcamos sus valores geopolíticos... El enemigo a destruir sólo cambia el personal de la junta que negocia y administra la reproducción de los asuntos comunes de la burguesía corporativa.


La canción del castigo

No hay que contar con su arrepentimiento,
ni hay que esperar del cielo este trabajo:

el que trajo a la tierra este tormento
debe encontrar sus jueces aquí abajo,
por la justicia y por el escarmiento.

No lo aniquilaremos por venganza
sino por lo que canto y lo que infundo:
mi razón es la paz y la esperanza.

Nuestros amores son de todo el mundo.

Y el insecto voraz no se suicida
sino que enrosca y clava su veneno

hasta que con canción insecticida,
levantando en el alba mi tintero,

llame a todos los hombres a borrar
al Jefe ensangrentado y embustero,
que mandó por el cielo y por el mar

que no vivieran más pueblos enteros,
pueblos de amor y de sabiduría
que en aquel otro extremo del planeta,

en Vietnam, en lejanas alquerías,
junto al arroz, en blancas bicicletas
fundaban el amor y la alegría:

pueblos que Níxon, el analfabeto,
ni siquiera de nombre conocía
y que mandó matar con un decreto

el lejano chacal indiferente.

Pablo Neruda

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