sábado, 26 de julio de 2008

Odĭum, Haine, Odio.

Un odio personal y compartido, intransferible y contagioso, grave y feliz, sereno y armado, marca el pulso en la tormenta.

Escribía Emilio Zola en 1866:


"El odio es santo. En la indignación de los corazones fuertes y paternos, el desdén militante de aquellos a quienes la medianía y la necedad enojan. Odiar es amar, es tener el alma ardiente y generosa, es vivir holgadamente despreciando las cosas estúpidas y vergonzosas. El odio consuela, el odio hace justicia, el odio engrandece. Me he sentido más joven y más animoso cada vez que me he rebelado contra la platitud de mi tiempo. He hecho del odio y de la arrogancia mis compañeros; me he compla­cido en aislarme, y en mi aislamiento me ha satisfecho odiar lo que lesionaba lo justo y lo verdadero. Si hoy valgo algo es porque estoy solo y porque odio."

Así comenzaba un genial ensayo que llamó "Mis Odios". El final está muy lejos del canto a la soledad que podría mal interpretarse al inicio:

"Odio a los fámulos que nos dirigen, a los pedantes y a los hombres fastidiosos que rehúsan la vida. Estoy por las libres manifesta­ciones del genio humano. Creo en una serie no interrumpida de exposiciones humanas, en una interminable galería de cuadros, y lamento no poder vivir siempre para asistir a la eterna comedia que consta de mil actos diversos. Soy un simple curioso. Los necios que no se atreven a mirar hacia adelante, miran atrás. Quieren constituir el presente con las reglas del pasado, y quieren que el porvenir, tome por modelo las obras y los hombres de los tiempos que fueron. Amanecerán los días, y cada uno de ellos traerá una nueva idea, un arte nuevo, una nueva literatura. Las obras serán tantas y tan variadas como las socie­dades, y ellas se transformarán eternamente. Pero los impotentes no quieren ensanchar el marco; han formado la lista de las obras ya producidas, y han obtenido así una verdad relativa de la que hacen una verdad absolu­ta. No creéis, imitad. Y he ahí porqué odio a las gentes neciamente graves, y a las necia­mente alegres, y a los artistas y a los críticos que quieren hacer estúpidamente la verdad de hoy con la verdad de ayer. No compren­den que avanzamos y que los paisajes cam­bian. Les odio."

El odio y la toma de partido

El odio personal, ético, "santo", de Zola, no cabe en las fórmulas ideológicas dominantes, como tampoco lo hace el odio de Ingenieros en "El hombre mediocre". Cinco décadas después (1917), Antonio Gramsci se refería a los indiferentes e imponía al odio colectivo el clivaje de clase y el partidismo.

"Odio a los indiferentes. Creo que vivir quiere decir tomar partido. Quien verdaderamente vive, no puede dejar de ser ciudadano y partisano. La indiferencia y la abulia son parasitismo, son cobardía, no vida. Por eso odio a los indiferentes.

La indiferencia es el peso muerto de la historia. La indiferencia opera potentemente en la historia. Opera pasivamente, pero opera. Es la fatalidad; aquello con que no se puede contar. Tuerce programas, y arruina los planes mejor concebidos. Es la materia bruta desbaratadora de la inteligencia. Lo que sucede, el mal que se abate sobre todos, acontece porque la masa de los hombres abdica de su voluntad, permite la promulgación de leyes, que sólo la revuelta podrá derogar; consiente el acceso al poder de hombres, que sólo un amotinamiento conseguirá luego derrocar. La masa ignora por despreocupación; y entonces parece cosa de la fatalidad que todo y a todos atropella: al que consiente, lo mismo que al que disiente, al que sabía, lo mismo que al que no sabía, al activo, lo mismo que al indiferente. Algunos lloriquean piadosamente, otros blasfeman obscenamente, pero nadie o muy pocos se preguntan: ¿si hubiera tratado de hacer valer mi voluntad, habría pasado lo que ha pasado?

Odio a los indiferentes también por esto: porque me fastidia su lloriqueo de eternos inocentes. Pido cuentas a cada uno de ellos: cómo han acometido la tarea que la vida les ha puesto y les pone diariamente, qué han hecho, y especialmente, qué no han hecho. Y me siento en el derecho de ser inexorable y en la obligación de no derrochar mi piedad, de no compartir con ellos mis lágrimas.

Soy partidista, estoy vivo, siento ya en la conciencia de los de mi parte el pulso de la actividad de la ciudad futura que los de mi parte están construyendo. Y en ella, la cadena social no gravita sobre unos pocos; nada de cuanto en ella sucede es por acaso, ni producto de la fatalidad, sino obra inteligente de los ciudadanos. Nadie en ella está mirando desde la ventana el sacrificio y la sangría de los pocos. Vivo, soy partidista. Por eso odio a quien no toma partido, odio a los indiferentes."

El odio y las armas

Un siglo después del texto de Zola, Guevara coloca el concepto en el cruce de caminos,
cuando está en juego la propia vida y el destino colectivo (1967):

"Por eso es tan importante el esclarecimiento de las posibilidades efectivas que tiene la América dependiente de liberarse en formas pacíficas. Para nosotros está clara la solución de este interrogante; podrá ser o no el momento actual el indicado para iniciar la lucha, pero no podemos hacernos ninguna ilusión, ni tenemos derecho a ello de lograr la libertad sin combatir. Y los combates no serán meras luchas callejeras de piedras contra gases lacrimógenos, ni de huelgas generales pacíficas; ni será la lucha de un pueblo enfurecido que destruya en dos o tres días el andamiaje represivo de las oligarquías gobernantes; será una lucha larga, cruenta, donde su frente estará en los refugios guerrilleros, en las ciudades, en las casas de los combatientes -donde la represión irá buscando víctimas fáciles entre sus familiares- en la población campesina masacrada, en las aldeas o ciudades destruidas por el bombardeo enemigo. Nos empujan a esa lucha; no hay más remedio que prepararla y decidirse a emprenderla. Los comienzos no serán fáciles; serán sumamente difíciles. Toda la capacidad de represión, toda la capacidad de brutalidad y demagogia de las oligarquías se pondrá al servicio de su causa. Nuestra misión, en la primera hora, es sobrevivir, después actuará el ejemplo perenne de la guerrilla realizando la propaganda armada en la acepción vietnamita de la frase, vale decir, la propaganda de los tiros, de los combates que se ganan o se pierden, pero se dan, contra los enemigos. La gran enseñanza de la invencibilidad de la guerrilla prendiendo en las masas de los desposeídos. La galvanización del espíritu nacional, la preparación para tareas más duras, para resistir represiones más violentas. El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así; un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal. Hay que llevar la guerra hasta donde el enemigo la lleve: a su casa, a sus lugares de diversión; hacerla total. Hay que impedirle tener un minuto de tranquilidad, un minuto de sosiego fuera de sus cuarteles, y aun dentro de los mismos: atacarlo dondequiera que se encuentre; hacerlo sentir una fiera acosada por cada lugar que transite. Entonces su moral irá decayendo. Se hará más bestial todavía, pero se notarán los signos del decaimiento que asoma."

Nota: Las fotos que acompañan la entrada son de la película La Haine.

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