"El che es cool, y muy pocos políticos hoy en día lo son. El Che además está muerto hace rato (y la URSS también) y por ende, es menos peligroso como símbolo; su mitología también es más amplia que las de otros personajes." Jon Lee Anderson en Rolling Stone (diciembre 2008, Argentina)
Los primeros movimientos de la Revolución Cubana hacen inteligibles la figura de Guevara y el protagonismo popular (versa y vice). A partir de un encuentro con Guevara en La Habana, Ezequiel Martínez Estrada explicó el vínculo carismático entre aquellos elementos:
Che Guevara, Capitán del Pueblo
Ezequiel Martínez Estrada
Fui a, escuchar al comandante Guevara en la plaza Cadenas de la Universidad de La Habana. Hablaría sobre El papel de la Universidad en el desarrollo económico de Cuba, tópico que coincidía con el principal objeto de mi viaje a ese país. Empero, más me acució, determinándome a afrontar la posibilidad de permanecer en pie varias horas, el interés por observar y estudiar a este prócer de la Revolución, sobre quien se ha formado ya una leyenda. Era excelente oportunidad para explicarme en alguna forma el hecho, perceptible desde mi llegada a Cuba, de que el movimiento popular de liberación está vigorizado por un élan religioso. Yo lo he sentido así, y declaro que no me noto capaz de explicarlo por simple razonamiento sin acudir a un lenguaje que no me es extraño aunque tampoco agradable. Un lenguaje alegórico.Al presentarse en público iluminado por concentrados focos de luz, la asamblea prorrumpió en un aplauso efusivo que evidenció el fervor que Guevara ha despertado en los jóvenes. Lo escuché con intensa atención, en actitud crítica, para captar en sus palabras y en sus gestos lo que pudiera haber de escénico, ya que la prensa asalariada lo presenta, lo mismo que a Fidel Castro, como a un mistagogo demagógico. Tengo alguna experiencia de esa clase de histriones de la democracia, producto aborigen de nuestras tierras, y cierta pericia de sus artilugios. Mi posición era, pues, de simpatía desconfiada.
Habló con elocución tranquila, sin ademanes ni patetismo en la inflexión de la voz, sin énfasis ni recursos oratorios. Habló con dominio del tema y con seguridad de sí. No se dirigió a un auditorio sino a una familia numerosa: llano, con dignidad. Dijo primeramente cuál era la situación de las industrias nacionales, mantenidas en estado de dependencia con respecto a la producción primaria de azúcar, tal como conviene que sea a los países capitalistas que así estancaron a Cuba en condición de país subdesarrollado. Se refirió asimismo a la falta de técnicos para desarrollar otras actividades que esas del monocultivo, sobre cuyas bases iniciar la liberación del mercado fabril extranjero, y entró en el tema de la función que tuvo la Universidad con respecto a las necesidades de la nación y el pueblo y de cuál ha sido el provecho que ambos obtuvieron de la enseñanza que a los egresados costeó el erario público. Declaró la necesidad urgente de coordinar esa enseñanza universitaria de los tres institutos nacionales con la acción de] gobierno revolucionario, empeñado en colocarla al nivel de otras actividades sociales que se le van adelantando.
Pronto lo escuché con unción más que con curiosidad, lo confieso, y lo admiré en su actitud de tribuno de la plebe, docto y circunspecto como un patricio. La palabra engarza perfectamente en la persona; por lo que dice se sabe lo que es. Exteriormente su figura es la de un personaje bíblico que viste uniforme de fajina en vez de túnica; el cabello y la barba intensos encuadrándole un rostro de adolescente fatigado, los hombros altos y el torso aplanado, sin ninguna robustez corporal, y sin embargo, resistente y poseedor de fuerza comunicativa, de dominio sobre los demás. En todo da la impresión de poder más, que de fuerza.
He leído después su discurso y he advertido que la fría letra impresa conservaba el influjo suasorio de su voz, y que, efectivamente, como él lo dijo con simple convicción, los dirigentes del movimiento revolucionario "son, sin discusión de ninguna clase, los líderes del pueblo", y que "representan para los amos poderosos todo lo que hay de absurdo, de negativo, de irreverente y de convulso en esta América que ellos desprecian, pero que representan, por otro lado, para la gran masa del pueblo americano (del americano nuestro, del que empieza al sur del río Bravo) todo lo que hay de noble, todo lo que hay de sincero y combativo en estos pueblos llamados despectivamente "mestizos". Verdad fundamental, inciso de un credo efectivamente revolucionario expresado en pocas palabras, pues desprecio tanto como codicia es lo que hay en los dominadores de los indefensos. En la voz de este hombre resuena otra voz más fuerte que habla por su boca, y esto es lo que indigna a los que usan de la palabra para embaucar y difamar. La voz del pueblo -vox Dei- pocas veces se oye sino por altoparlantes estridentes, y entonces no es la voz de Dios sino de los megáfonos. ¿Cómo no comprender que la Revolución Cubana es la de los macabeos, y que renueva el lema de su caudillo, de que ''quien combate a los tiranos sirve a Dios"? Si han llevado consigo, no tras de sí como los Jefes de regimiento, a poblaciones enteras a los que abandonaron sus hogares por un albur dudoso en que la muerte era lo ciento; si hombres, mujeres y hasta niños han combatido. afrontando los más crueles sacrificios y penalidades, es porque ese pueblo enfervorizado posea la fe que puede trasladar montañas, meter la montaña en la ciudad, como lo han demostrado los hombres y los hechos increíbles.
Guevara es testimonio de que estamos en presencia de hechos y de seres nuevos, que se apartan de los caminos de recua (pavimentados, por supuesto) y abren una brecha en el monte por donde iban los esclavos fugitivos y los animales acosados. Hechos y seres que revelan a los ojos más escépticos la existencia de un carisma histórico, cualquiera sea el nombre que se le de, cualquiera sea la fórmula con que se le exprese.
Este argentino que es ya americano más que cubano, ha encontrado lejos de su patria, como Jonás, la patria en que cumplir con un gran deber de humanidad. Aquella noche nos dio la explicación, al referirse a la vocación como impulso de liberación en busca de sí en quien está cautivo. (El se refirió a la vocación, sin darle el sentido que para mí tiene de destino.) Su profesión es la de devolver la salud y defender la vida de los demás; y esto es lo que no constituyó en él una profesión sino un destino, al proyectarse en dimensiones continentales. Un saber terapéutico personal se convirtió en una potestad salutífera mundial. Así Albert Schweitzer.
Me preguntaba yo, oyéndolo: "¿Por qué este cubano tan auténtico, este peregrino no habla mi lenguaje de hombre que todavía está retenido por cadenas impalpables; por qué todos los cubanos saben que, positivamente, nació en Cuba? Comprendo que se le obedezca y se le ame como a quien dejó patria y familia para unirse a los suyos, a quien de lejanas tierras vino para cumplir un deber humano tan grande como era el de redimir a una de las naciones más castigadas de la familia hispánica. Aquí estaba su patria porque aquí estaba su deber. Nuestra patria está donde es necesario que estemos, nuestros hermanos están donde los encontramos esperándonos. Cuba es el hogar de los desterrados, la casa solariega, (lo los huérfanos.
Guevara es un símbolo en su persona y en su vida; representa al hombre liberado tanto como al libertador. Nos enseña que antes que riada debemos liberarnos de nosotros mismos y servir a un ideal y no a un dogma. Hombres así (me dicen que nacieron y se multiplicaron en la guerra) retrotraen la historia industrial a la historia humana; de la noción de guerra entre naciones venales que defienden intereses mercenarios saltamos a la mitología, a la guerra de los ángeles contra los demonios, de la luz contra las tinieblas, a la concepción de "la historia como hazaña de la libertad" (Croce). ¿No fueron derrotados tácticos de escuela y ejércitos motorizados por la fe y la voluntad de vencer al mal? El lema de la bandera victoriosa, ¿no era "vergüenza contra dinero"? In hoc signo vinces. ¿Qué intereses defendían los labradores, los nietos de los esclavos de las plantaciones de caña, sino alcanzar para ellos y sus hijos, y para nosotros, una vida honrada de paz y de bienestar? ¿Es que están venciéndolos hoy, cuando se les incendian implacablemente los cañaverales, o es que están matándose entre sí de rabia, como alacranes con su picadura? ¿No se ha realizado el prodigio de un pueblo entero que se levanta de su abatimiento y mira a sus enemigos con altivez y dignidad? ¿Con quiénes estamos nosotros?
Nunca, hasta los días trágicos que viví en Cuba, entendí sino como blasfemia que se llamara santo “al Señor Dios de los ejércitos"; pero lo comprendí al contemplar la humildad llena de fuerza de un capitán del pueblo, y al pueblo que es su tropa. Asediado por atentados, y sabotajes comprendí que se está librando en el mundo la batalla contra los falsos ídolos; la de los pueblos irredentos contra los déspotas satánicos que mienten y asesinan. Así debieron ser los patriarcas, los jueces y los caudillos, así los profetas, así los héroes de la independencia americana antes de engalanarse con entorchados y charreteras.
Este hombre pálido, de semblante doliente, que abandonó las filas de la marina de guerra para alistarse en las falanges del pueblo, con los campesinos, y obreros contra los militares corrompidos, dejó el uniforme de los mercaderes de la patria para combatir por los débiles y los vencidos, transformándolos en poderosos y triunfantes.
Ha sido para mí, cansado y lejos de la p a t r i a , un bien reconstituyente platicar mas tarde con a quien puedo también yo nombrar Che Guevara. ¿De qué conversamos? De Argentina, de personas, lugares y cosas que ambos conocimos y que están donde estaban. Los dos conservamos de allá una bandera no mancillada que podemos desplegar en cualquier parte. Che Guevara me transmite la sensación de que también yo puedo hacer algo por mis hermanos y mis hijos desconocidos dondequiera que me lleve el destino.
El escritorio está atestado de papeles; sobre una mesita, hay un mate con bombilla, especie de amuleto que -únicamente conmueve a los iniciados. Rubén Darío lo llamó "calumet de la paz", porque se bebe en común. Es símbolo de la amistad. El mate, que indefectiblemente nos acompaña cuando hemos partido, es lo último que conserva para el paladar el sabor de la tierra nativa. Nos reconocemos sin habernos conocido. Dialogamos como si bebiéramos mate. No hay ningún desnivel entre su altura y mi pequeñez. Estamos juntos, codo con codo, platicando de igual a igual, pues la condición humana oblitera a todas las otras. En su compañía descanso. Insensiblemente el diálogo toma cariz confidencial y sin advertirlo nos hallamos cambiándonos recuerdos como prendas de amistad. Oigo a un hombre de ingénita sinceridad, llano y transparente, que cautiva entregándose y que inspira seguridad. Guevara olvidó cuanto aprendió y sabe y vive de nuevo una vida que no le pertenece. Ojalá pueda yo hacer lo mismo.
Che Guevara le llama el pueblo que ignora que en guaraní quiere decir "mi" Guevara. Es del pueblo, efectivamente, y se ha recuperado entregándose a él. Huyendo, como Jonás, ha cumplido un deber imperativo. La mano que lo conduce es visible en el camino que anda.
Me ayuda a incorporarme y paternalmente, él que puede ser mi hijo, me conduce del brazo como si cumpliera conmigo su misión de amparar y guiar. Así nos despedimos y no nos separamos. Lo miro fijo para no olvidarlo; abarco toda su faz de Judas Macabeo, y siento en mi brazo una energía que me hace sentirme más libre y más resuelto. Comprendo que debo contar, lo mejor que pueda y en la forma más fiel, lo que me ha sido revelado. Cumpliré ese deber hasta el fin. Le digo: "En sus manos hay muchas vidas, y también usted está en otras manos”. Las manos del buen Dios, a quienes sirven, sépanlo o no, cuantos combaten a los tiranos.
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