domingo, 17 de octubre de 2010

La historia es un ángel armado.

“Hay un cuadro de Klee (1920) que se titula Ángelus Novus. Se ve en él a un Ángel al parecer en el momento de alejarse de algo sobre lo cual clava su mirada. Tiene los ojos desencajados, la boca abierta y las alas tendidas. El ángel de la Historia debe tener ese aspecto. Su cara está vuelta hacia el pasado. En lo que para nosotros aparece como una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única, que acumula sin cesar ruina sobre ruina y se las arroja a sus pies. El ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero una tormenta desciende del Paraíso y se arremolina en sus alas y es tan fuerte que el ángel no puede plegarlas… Esta tempestad lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al cual vuelve las espaldas mientras el cúmulo de ruinas sube ante él hacia el cielo. Tal tempestad es lo que llamamos progreso” Walter Benjamin, “A propósito del Ángelus Novus de Paul Klee”

La comunión hace la misión y el misionero, la máquina contra la máquina, potencia de la dialéctica de lo imposible.

"En las puertas de las casas, en las puertas de los palacios - que hemos conquistado- por todas partes de la ciudad donde el tumulto se reviste de frío, apático y fuerte, por todas partes en las puertas de nuestras casas las ametralladoras en las esquinas oscuras. Torpes, trayendo la muerte; ciegas, bajas, tocando la tierra. Ciegas, frías, de acero, de hierro, con el metal de su odio elemental, con sus dientes de acero listos para morder, su mecanismo, ruedas, tuercas, muelles, sus bocas negras y cortas sobre los montajes agachados... Oh, la máquina trágica, ese objeto de acero, de hierro, inerte, que mutila segundos, en el momento fatal de la batalla, tragando los segundos - tac-tac-tac - los segundos se derraman al infinito - y las vidas caen al gran frío de las tumbas. La máquina que come, rasga, revienta, perfora, excava la carne, se retuerce en la sangre y los nervios, rompe los huesos, hace a los codales cantar por el hueco de los pechos perforados, hace al cerebro sudar rompiendo nobles rostros: materia gris entre sangre ennegrecida. Infame máquina para matar, por todas partes, en la ciudad del sordo disturbio, escondida en las puertas de nuestras casas, contemplando a lo que quiere nacer, observando lo que se eleva desde los corazones humanos y desde las profundidades de la tierra viva, lo que surge de la fe ardiente, de la loca esperanza y de la cólera - del deseo y de la luz- del entusiasmo y de la oración, que hará florecer - actos, gritos - llamas: la rebelión... Baja para cortar el vuelo, la ametralladora emboscada: victoria al hombre de leyes de hierro, victoria al metal sobre la carne - y en el sueño - la ley de la muerte. Y esta máquina, nuestras manos y nuestros cerebros construidos. ¡Padre mío! ¿Sabíamos lo que hacíamos?" Víctor Serge, Ametralladora, Petrogrado, 22 de julio de 1919.

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