Según todo parece indicar, ahora estamos recorriendo la etapa que incluye el descrédito del compromiso y la rentabilidad de la indiferencia. Es indudable que hoy sería bien visto que los jóvenes se arrepintieran de haber bregado en algún momento por una justa distribución de la riqueza en cada uno de nuestros países. Borrón y cuenta nueva, sería la consigna. Y si el borrón es grande y la cuenta está henchida, mejor aún.
Después de todo, ¿qué nos deparará el Nuevo Orden Internacional, que es el del capitalismo? Salvaje o no, ese capitalismo hegemónico ha sido definido por el filósofo Cornelius Castoriadis como «un sistema que está destruyendo el planeta, al ser mismo. Nos está transformando en una máquina de consumo, en individuos que invierten su vida en lo que yo llamaría una masturbación televisiva, y lo que es más grave, una masturbación sin orgasmo».
¿Qué queda para los jóvenes izquierdistas en este mundo donde todos se desviven por ser centristas? En primer término, extraerse de la derrota y no olvidar de dejar en el fondo de ese pozo los dogmatismos, los esquemas, las rígidas estructuras que impiden su desarrollo y atrofian sus radares. Análisis no es obligatoriamente constricción. Después de todo, es preferible haberse equivocado en medio de la brega por la justicia que haber acertado en la lisonja del Imperio. La verdad es que siempre les queda a los jóvenes mucho, muchísimo por hacer; seguramente con distintos métodos y argumentos, pero con la herramienta imprescindible, que es el hombre.
Cuando sentimos nostalgia del presente, del verdadero presente que merecen los jóvenes, sabemos que ahí no tienen cabida quienes lo falsean. Hoy se hallan frente a un presente adulterado, apócrifo; mas, por debajo del mismo pueden vislumbrar eso que en pintura se llama pentimento, o sea, el cuadro primitivo. Nuestra nostalgia se refiere pues a ese presente-pentimento, a ese presente que debió ser, y está semioculto, cubierto por los barnices capitalistas, liberales, socialdemócratas.
Lilian Hellman, la notable escritora norteamericana, cuando se rescató a sí misma de la pesadilla del macartismo, escribió: «El liberalismo perdió para mí su credibilidad. Creo que lo he sustituido por algo más privado, algo que suelo llamar, a falta de un término más preciso, decencía.» Quizá sea una buena interrogante para los jóvenes de hoy. ¿No será que la nostalgia del presente es, también, nostalgia de la decencia?
Mario Benedetti, Memoria y esperanza. Un mensaje a los jóvenes. Buenos Aires, 2004.
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